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Montjuïc, cuánto te echo de menos…
Existe el dicho popular y extendido que sentencia: “Del Espanyol se nace”. Y es comprensible porque, en los tiempos que estamos, es cada vez más difícil esperar que un crío elija sufrir el resto de su vida como perico, sino hay una familia detrás ayudándole a tal proeza. No sé si existe una proporción establecida, pero debe ser como de uno niño entre 30.000 el que decide alejarse de la comodidad, desoyendo a sus amigos, los medios de comunicación y las costumbres sociales. Y, por suerte, las rarezas siempre fueron mi seña de identidad.
Nací en una familia merengue, en la que no había rastros de parientes pericos. Pero a los 7 años, mi padre empezó a llevarme a Montjuïc. Rápidamente descubrí que aquel era mi lugar. Esperaba con ansia que llegara el domingo (qué tiempos aquellos en los que jugábamos los domingos). Cogía mi bandera, mi bufanda, las pipas e íbamos a mi lugar preferido del mundo.
En Montjuïc pasé mi infancia y adolescencia, y ahí se produjo mi enamoramiento. Nuestro romance se forjó partido tras partido porqué yo notaba que era parte de él. Si el equipo sufría, nosotros estábamos ahí para animarlos a seguir intentándolo. Si la cosa iba mal, notabas que eras importante para remar todos a una. Es más, llegó a tal punto ese sentimiento, que sentía que cuanto peor clasificados íbamos, más perico era. Porque lo que nos hacía diferentes al resto, lo que nos hacía únicos, es que las gradas formábamos parte del equipo.
Ahora, noto ese sentimiento alejarse día a día. Cada partido siento anhelo de aquellos días, en los que éramos capaces de cantar con el corazón (letra literal) durante 10 minutos seguidos porque notábamos que eso metía al equipo en el partido. Y me despierta la cruda realidad. Esa que nos hace abandonar Cornellà en el minuto 70 por perder contra el segundo clasificado, y tras jugar los mejores 60 minutos de la Liga. Esta cruda realidad en la que no vamos al campo a divertirnos ayudando, sino que exigimos al equipo que nos divierta.
Igual es la nostalgia, o la distorsión de los recuerdos de la juventud, pero echo de menos los tiempos de Montjuïc. Y repasando, no teníamos ni mejores jugadores, ni mejores resultados, ni mejores sectores de animación. Pero yo, al menos, era más feliz porque era parte de un equipo y los otros 30.000 niños no.
